
Un sábado por la mañana, muy temprano, el teléfono suena en el Servicio Funerario del Pueblo, ubicado en una ruidosa calle principal de Tegucigalpa, la capital de Honduras.
Al teléfono está uno de los trabajadores de la morgue de la ciudad. Una familia necesita ayuda. Una mujer joven fue baleada en la calle el día anterior y sus familiares no tienen dinero para darle un funeral decente.
En la parte trasera del edificio hay un montón de urnas nuevas, algunas beige, algunas grises.
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