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Se trata de un problema que cada uno –o sus familiares– enfrenta al final de su vida: encontrar un lugar para pasar a la eternidad.
En Japón, un país montañoso, superpoblado y con una sociedad envejecida, escasean los lugares para el descanso final, especialmente en las grandes ciudades.
Las parcelas en el cementerio de Tokio pueden costar más de US$ 100.000, por lo que algunos están recurriendo los cementerios de alta tecnología de varios pisos, como una opción más barata.
Desde afuera esos lugares parecen edificios de departamentos: grises, de cinco o seis plantas y pocas ventanas.
Adentro, el monje budista Ryutoku Ohora entona una oración frente a un altar. Está vestido de negro, sandalias con suela de madera y un mantón bordado con hilos de oro.
Su tono es sombrío, incluso fúnebre, pero ofrece sus argumentos comerciales a posibles compradores que visitan el edificio recientemente construido.
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